miércoles, noviembre 26, 2008

PERÚ 2011: ¿ENTRE LA DEMOCRACIA PLURALISTA O LA DEMOCRACIA POPULAR?

Les copio este interesante artículo del Dr. Walter Brunke
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Desde pocos años atrás, se ha venido extendiendo, de manera pausada, progresiva, entre cada vez más ciudadanos peruanos, una decepción o desconfianza más o menos radicales acerca del funcionamiento justo del sistema de la democracia pluralista establecido por nuestra Constitución Política.

Inclusive, algunos pregonan, con auditorio en aumento, la necesidad de sustituir la democracia pluralista por otra clase de democracia, que recoja e institucionalice el “genuino Poder Popular”, el “autogobierno” del pueblo a través de “asambleas populares”, facultadas con amplios poderes de fiscalización y remoción de las autoridades de turno, y con permanente participación popular en todas las decisiones políticas del nivel que sea (local, provincial, regional y nacional). Simplistamente, se va convirtiendo en la solución política abrazada con esperanza, con convicción cuasireligiosa, por múltiples ciudadanos peruanos sufridos y de buena fe; receta que se limita sólo a indicar los nombres de algunos de los medicamentos, -cuidándose de dejar en la nebulosa sus contenidos , es decir, el adónde se nos quiere llevar, el cómo y con qué recursos-, pero que dará fin definitivo a los problemas seculares del subdesarrollo, la miseria, la pobreza, el atraso, las inequidades y las exclusiones en el Perú.

En realidad, se trata del retorno a las tesis de la vieja y conocida democracia popular, -si bien convenientemente maquillada y con algunos nuevos protagonistas-, que en el siglo pasado, años 80, fuera bandera estimada de la Izquierda Unida de Alfonso Barrantes Lingán. Simultáneamente, el culto y la veneración al marxismo o socialismo luminoso de Mariátegui, al mariateguismo, vuelven a cobrar insospechado auge. Otra vez se le presenta cual único pensador científico de lo social que acertó en revelar al pueblo escogido (especialmente a sus elites dirigenciales “con conciencia crítica de masa”) el camino de su redención.

Estimo que todo ello, entre otras causas de índole diversa, explica la escalada de conflictos políticos con movilización de masas que recurren casi invariablemente a actos de fuerza, amedrentamiento físico y “psicosocial”, toma de rehenes, carreteras y puentes, destrucción de bienes públicos y privados, y otros medios de “violencia revolucionaria”, estimados como la vía apropiada para imponer y hacer valer sus intereses sociales. En medio del caos y la zozobra ciudadanas, se exige “diálogo” inmediato y presencial con las altas autoridades gobernantes del momento, bajo la tácita excusa de la supuesta culpabilidad de un Estado con administración intencionalmente ineficiente para las aspiraciones de los sectores populares.

Sin embargo, las más de las veces se trata de una diálogo extraño: si el diálogo (negociación) no concluye con la aceptación de las exigencias sustanciales de las masas movilizadas y, en su defecto, la aprobación de medidas “compensatorias”, entonces las poblaciones reinician el conflicto de masas ejerciendo otra vez su derecho a la democracia directa y, en su caso, a la “violencia revolucionaria”. El método parece infalible para lograr la atención, -por lo menos jurídica, si no real-, a los intereses sociales levantados.

Lo característico en casi todos estos casos de conflictos políticos es que son protagonizados por masas anónimas movidas y dirigidas “espontáneamente” por distintos grupos bien organizados que, con matices, tienen en común la creencia en las oportunidades tácticas y estratégicas que ofrecen los mecanismos de la democracia directa y “participativa” y/o en la ideología marxista y/o la visión colectivista de la persona humana, la sociedad y el Estado (ej. Partido Nacionalista Peruano, Patria Roja, Partido Comunista Peruano, Partido Socialista, Movimiento Nueva Izquierda, Partido Socialista Revolucionario y demás organizaciones que integran la Coordinadora Política y Social). Más o menos, todos estos grupos se caracterizan por preconizar,-llama la atención que ninguno de ellos entra en mayores detalles específicos para facilitar la transparencia y comprensión cabal de su “innovadora” propuesta a los peruanos-, una nueva democracia, de la cual sólo ellos son portadores auténticos; democracia popular que por antonomasia excluye el pluralismo, instaurando el totalitarismo, y que debe sustituir a la actual democracia “capitalista”, por obsoleta y anti-histórica, y porque sirve sólo a los intereses de las “clases dominantes” o ricas.

En el ámbito económico, simultánea, interdependiente y correlativamente a la cuestión “democracia pluralista o democracia popular”, plantean la disyuntiva “mariateguista” consistente en “capitalismo o socialismo”, es decir, economía de mercado (de planificación descentralizada) o economía dirigida o de planificación central.

Los activistas del “nuevo ordenamiento democrático” mencionado están, en la actualidad, otra vez con mucho trabajo. Como en las décadas de los 60 a 80 del siglo pasado, vuelven, con “fe revolucionaria”, a sembrar las ideas de “lucha de masas” entre jóvenes y adultos (especialmente en instituciones educativas públicas y organizaciones de base), capitalizando, manipulando y utilizando la buena fe de ciudadanos en condiciones de alta desinformación cívico-política y con carencias,-lamentablemente graves-, en la formación política ciudadana.

Los que en el Perú creyeron con entusiasmo que había llegado “el fin de las ideologías”, y que 1990 inauguraba, para siempre, la era del pragmatismo técnico-político o economicista, sobre bases soslayada o abiertamente individualistas, nunca previeron o imaginaron la posibilidad del rebrote serio de ideologías “democráticas” totalitarias. Resurgimiento que encuentra abono fértil en una sociedad como la nuestra, constituida, en su absoluta y abrumadora mayoría por personas ciudadanas básicamente ocupadas en la sola obtención de sus intereses particulares, -forma lenta, pero eficaz y segura para forzar el suicidio de cualquier sociedad libre-, prontos para la crítica, pero despreocupadas por cooperar personalmente en la toma de consciencia y en la realización efectiva de los fundamentos, principios y criterios necesarios para el adecuado funcionamiento de la democracia pluralista y su correlativa economía social de mercado.

Pienso que desde ahora, hasta y para las elecciones generales del 2011, los ciudadanos todos tienen el derecho y el DEBER de interesarse por conocer en profundidad cuáles son las razones que legitiman o deslegitimarían el ordenamiento democrático pluralista; de preguntarse y, sobre todo, de preguntar y exigir a los políticos y sus correspondientes partidos y movimientos por la totalidad de fundamentos y precondiciones para el funcionamiento concreto de una auténtica democracia pluralista y exigir lo mismo frente a quienes quieren sustituirla por una nueva democracia “popular y participativa”.

Escrito por Walter Brunke Ríos

domingo, noviembre 23, 2008

Afectividad: Aprendizaje emocional

Cualquier persona –sobre todo si es padre de familia numerosa o profesional de educación infantil– puede ver cómo unos niños nacen siendo plácidos y tranquilos mientras que otros son desde el principio irritables y difíciles, o cómo unos son más activos y otros más pasivos, o unos más optimistas y otros menos. Cada persona nace con todo un bagaje sentimental, cuyo influjo estará siempre de alguna manera presente a lo largo de toda su vida. La pregunta es si puede transformarse ese equipaje sentimental con el que las personas venimos al mundo. ¿Se pueden transformar las reacciones habituales de aquellas personas que desde niños han sido, pongamos por caso, sumamente inestables, o desesperadamente tímidas, o terriblemente pesimistas?

Jerome Kagan, un investigador de la Universidad de Harvard que hizo unos extensos estudios sobre la timidez infantil, observó que hay un considerable porcentaje de niños que desde el primer año de vida se muestran reacios a todo lo que no les resulta familiar (tanto probar una nueva comida como aproximarse a personas o lugares desconocidos), y se sienten paralizados en las más variadas situaciones de la vida social (ya sea en clase, en el patio de recreo o siempre que se sienten observados). Kagan comprobó que cuando esos niños llegan a ser adultos, suelen ser personas que tienden a permanecer aisladas, sienten un fuerte temor si tienen que dirigir unas palabras ante un grupo de personas y, en general, se sienten incómodas cuando están expuestas a la mirada ajena.

Por otra parte, hay también un importante porcentaje de niños que desde muy pronto manifiestan una marcada tendencia a la tristeza y el mal humor: son proclives a la negatividad, se desconciertan con facilidad ante los contratiempos, parecen incapaces de dominar siquiera un poco sus preocupaciones y sus estados de ánimo, etc. Hay, por el contrario, otros muchos niños cuyos sentimientos parecen gravitar de forma natural en torno a lo positivo, y son naturalmente optimistas y despreocupados, sociables, alegres y con una gran confianza en sí mismos. Y esos estilos sentimentales de la infancia suelen perdurar después –estadísticamente hablando– en la vida adulta.

Las investigaciones de Jerome Kagan concluyeron con apreciaciones bastante alentadoras respecto a la capacidad transformadora de una adecuada educación. Los ejemplos anteriores ilustran cómo el temperamento innato nos predispone para reaccionar ante las situaciones ordinarias de la vida con un registro emocional positivo o negativo. Pero esto no significa que ese sustrato innato sea como un destino inexorable o una condena. Se puede cambiar, y mucho. Pero, eso sí, conviene empezar lo antes posible. Las lecciones emocionales que recibimos en la infancia tienen un impacto muy profundo, ya sea amplificando o enmudeciendo una determinada predisposición genética.

Afectividad: Motivación para cambiar

De www.interrogates.net

En sus primeros años, el niño se mueve en medio de una realidad que apenas conoce. Va poco a poco configurando un estilo afectivo, contando casi siempre con su ambiente familiar y escolar como principal punto de referencia. Con el transcurso de los años, se van produciendo cambios graduales, casi imperceptibles, y también a veces cambios más bruscos, causados normalmente por emociones intensas, aunque no siempre con una manifestación exterior notoria. La mayoría de los cambios se producen después de advertir en nosotros —siempre con cierta dosis de sorpresa– algo que nos desagrada. Ese descubrimiento nos produce un impacto emocional, más o menos fuerte, que evaluamos, sobre el que reflexionamos, y que finalmente nos hace decidirnos a dar un cambio.
Por eso, la mayor parte de las deficiencias afectivas proceden de la ignorancia sobre cómo es uno mismo y por qué: la mayoría de los cambios de una persona proceden de una mejora en la percepción sobre sí misma y sobre la realidad en general. Y para lograrlo, es preciso mantener siempre una considerable capacidad de sorpresa, una suficiente capacidad de autocrítica. Hay que cultivar una elevada sensibilidad personal que nos permita captar aquello que en nuestra vida no debe pasarnos inadvertido. A su vez, esa percepción que cada uno tiene de sí mismo depende mucho de la que tengan los demás. De ahí la importancia de sentirse valorado y querido por quienes nos rodean, y por eso también gran parte de los trastornos afectivos tienen su origen en una deficiente comunicación con las personas más cercanas. Para evitar esos problemas, o para intentar subsanarlos, es preciso establecer buenas relaciones personales. Esto es aplicable a la familia, a las relaciones de amistad o vecindad, al ambiente de trabajo o a cualquier otro.
Y en el caso de la enseñanza, o de la educación en general, muestra la importancia de lograr, en mayor o menor medida, la colaboración del interesado. —Pero el problema, en muchos casos, es que precisamente el interesado está falto de motivación para cambiar. Tienes razón, y quizá por eso la tarea de educar reviste a veces tanta dificultad, y supone un auténtico reto de ingenio y de paciencia, un verdadero arte.
Para educar, y sobre todo en las edades más difíciles, los problemas de motivación son quizá los de mayor complejidad. Por eso las recetas de cambio fácil pueden llegar a resultar tan irritantes para quienes sufren esos problemas y están hartos de escuchar consejos que se empeñan en trivializar la realidad. Salir del círculo vicioso de la desmotivación es uno de los retos más importantes y más difíciles para cualquier educador.

Afectividad: De la reflexión a la acción

(de www.interrogantes.net)
«Aquel episodio –pensaba para sí la protagonista de aquella novela de Susanna Tamaro– vuelve a presentarse a menudo en mis pensamientos porque es el único en que tuve la posibilidad de hacer que las cosas cambiaran. »Ella –su hija– había roto a llorar, me había abrazado: en ese momento se había abierto una grieta en su coraza, una hendidura mínima por la que yo hubiera podido entrar. Una vez dentro habría podido actuar como esos clavos que se abren apenas entran en la pared: poco a poco se ensanchan, ganando algo más de espacio. Habría logrado adentrarme un poco en su intimidad y convertido quizá en un punto firme en su vida. »Para hacerlo, debería haber tenido mano firme. Cuando ella dijo "es mejor que te marches", debería haberme quedado.
Debería haberme negado a irme sin más, debería haber vuelto a llamar a su puerta cada día; insistir hasta transformar esa hendidura en un paso abierto. Faltaba muy poco, lo sentía. »No lo hice, en cambio: por cobardía, pereza y falso sentido del pudor. A mí nunca me había gustado la invasividad, quería ser diferente, respetar estrictamente su libertad. Pero detrás de la máscara de la libertad se esconde frecuentemente la dejadez, el deseo de no implicarse. »Hay una frontera sutilísima entre una cosa y otra; atravesarla o no atravesarla es asunto de un instante, de una decisión cuya importancia a veces sólo percibes cuando el instante ya ha pasado. Sólo entonces te arrepientes, sólo entonces comprendes que aquel momento pedía a gritos la intromisión, y me decía a mí misma: estabas presente, tenías conciencia, y de esa conciencia tenía que nacer la obligación de actuar. »
El amor no cuadra con los perezosos, y para existir en plenitud exige gestos fuertes y precisos. Yo había disfrazado mi cobardía y mi indolencia con los nobles ropajes de la libertad.» Esta reflexión de aquella mujer atormentada por sus recuerdos puede servirnos para recordar que el verdadero afecto necesita a veces de energía y de firmeza. Para educar —también para educarse a uno mismo–, es necesario un serio esfuerzo para pasar de la reflexión a la acción. Y en ocasiones, estar dispuestos a hacernos una cierta violencia para superar la dejadez, para pasar o hacer pasar un mal rato cuando sea necesario. La forma más segura de lograr un cambio real en la educación de los sentimientos es por medio de la acción. —¿Pero no decías antes que es cosa más bien de reflexión, de caer en la cuenta de que hay algo en nosotros que merece la pena cambiar? Eso es cierto. Pero si la reflexión no acaba llevándonos a la acción, no cambiaremos.
Quizá no podemos cambiar nuestro modo de sentir en determinado momento, pero sí podemos decidir qué haremos cuando sintamos eso, y hacer que nuestra conducta contribuya a la consolidación de determinado hábito sentimental. Por ejemplo, si ante un sentimiento concreto de miedo o de pereza que queremos vencer, logramos mantener durante un tiempo una conducta de superación de eso que nos paralizaba, iremos creando poco a poco un hábito sentimental de valentía o de diligencia ante ese estímulo concreto, y ese sentimiento de miedo o de pereza acabará remitiendo. En ese sentido digo que la acción es imprescindible para el cambio personal. Aristóteles, hablando de la formación del carácter, decía que los simples actos aislados no constituyen hábitos. La autoeducación del carácter requiere un esfuerzo de repetición de actos positivos. —Pero la experiencia demuestra que los cambios personales suelen ser lentos y difíciles. Sin duda, porque las inercias son muchas y nuestras fuerzas limitadas. Pero debemos ser protagonistas de nuestra propia vida y no pensar que estamos atados a un inexorable destino sentimental.