viernes, enero 18, 2008

Sarkozy y la laicidad madura: A PROPÓSITO DEL DISCURSO

DE: http://www.laiglesiaenlaprensa.com/

La tranquilidad de la Navidad me ha permitido leer el texto completo del discurso que el presidente francés Nicolas Sarkozy pronunció el pasado 20 de diciembre en la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, de la que -como Jefe de Estado francés- es "canónigo de honor". A pesar de que ya no es noticia, no quiero dejar de anotar aquí­ algo de ese discurso, que supone un giro copernicano en el modo oficial francés de entender la laïcité. (Aquí­ se puede descargar el
texto completo en francés; aquí­ hay un buen resumen en español).

Aludiendo a las raíces cristianas de Francia -que se manifiestan, afirma, en su cultura, paisajes, modo de vivir, arquitectura, literatura-, Sarkozy subraya que se trata "de un hecho". Es decir, de algo evidente y comprobable. En este contexto, es difí­cil no pensar en Valéry Giscard d'Estaing y Jacques Chirac, otros dos franceses de su mismo espectro polí­tico, que hicieron todo lo posible (con éxito) para que -en nombre de la laicidad- no se mencionaran esas raí­ces cristianas en el famoso preámbulo de la carta europea. [Como se sabe, el proyecto fue rechazado por referendum precisamente en Francia.].

Si para esos dos polí­ticos franceses, y para muchos otros, laicidad equivale a negar relevancia pública a la religión, especí­ficamente al cristianismo, Sarkozy tiene otra visión. Dice que también la laicidad es un hecho en Francia, pero que no hay que entenderla como negación del pasado. "Debemos mantener juntos los dos extremos de la cadena: aceptar las raí­ces cristianas de Francia, e incluso valorizarlas, y continuar defendiendo una laicidad que ha alcanzado la madurez". Añadió que es preciso desarrollar una laicidad nueva, madura y positiva que vigila para garantizar la libertad de pensamiento, la de creer o no creer, pero que no considera la religión como un peligro, sino como un punto a favor. Sarkosy constata que fenómenos como la disminución del número de sacerdotes y la pérdida de religiosidad "no han hecho más felices a los franceses", sino más bien al contrario. Sostiene que en un mundo obsesionado por el bienestar material, pero al mismo tiempo cada vez más en busca de sentido y de identidad, la República francesa necesita de gentes que nutran esperanza, "de católicos convencidos, que no teman afirmar lo que son y en lo que creen".