Esta vez les copio fragmento del libro de Enrique Rojas La conquista de la voluntad relacionado con la educación en los valores. No deja de ser interesante este librito. Más que leerlo, recomiendo estudiarlo.*
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Generalmente se han descrito tres posiciones respecto a la forma de educar. La primera se centra en la espontaneidad: el niño y el adolescente van creciendo con muy pocas normas, moviéndose con soltura y dictando ellos mismos sus patrones de conducta. La segunda enfatiza el voluntarismo, desde muy pequeño el niño aprende a dominar su voluntad, dirigiéndola no a lo que le apetece, sino a lo que a la larga resulta mejor para él; ésta es mi postura, aunque sin excesos. Y, por último, la tercera aboga por una vía intermedia: el niño se educa según el complejo juego que se establece entre espontaneidad y disciplina, libertad y autoridad.
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Cada persona es un misterio y un tesoro, algo que hay que ir resolviendo y desvelando; un ser valioso que conviene poner en ruta hacia lo mejor de su destino. Descifrar a cada individuo y cuidarlo para que dé lo mejor de sí mismo es la tarea del educador.
En otros términos, educar es convertir a alguien en una persona más libre e independiente. Toda educación humaniza y llena de amor. Si no es así, el trabajo llevado a cabo, por mucho que se llame educativo, no es tal; si esclaviza, aprisiona y no libera de verdad, a la larga tendrá un valor negativo.
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Educar es instruir, formar, pulir y limar a una persona para que se vuelva más armónica y sea capaz de gobernarse a sí misma. La mejor educación pretende construir la felicidad, pero sin olvidar que no hay felicidad sin sacrificio y renuncias. Un ser humano enriquecido: ésa es la pretensión. Si todos somos perfectibles y defectibles, la educación nos aportará nuevos ideales y lo necesario para comportarnos de acuerdo con nuestra naturaleza. Como decía Sócrates a su amigo Hipócrates: «Un sabio es un comerciante que vende géneros de los que se nutre el alma. »
Existen dos máximas muy válidas cuando se habla de la educación: «No hay voluntad si no hay conocimiento de la meta» (Nihil volitum nisi praecognitum), y aquella otra, algo distinta, pero con el mismo fondo: «No se puede amar lo que no se conoce».
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Toda educación es una labor de orfebrería: se debe labrar a golpe de martillo y de cincel hasta conseguir la obra bien acabada.
Pero no hay que olvidar que la vida es un ensayo y, por eso, el hombre se convierte en un animal descontento, siempre incompleto y siempre haciéndose a sí mismo: es el eterno ritornello que comporta todo lo humano. Se trata de una operación progresiva y lenta que necesita tiempo para ir asimilando lo que le llega; un proceso gradual y ascendente, integral y unitario, que abarca todo lo que puede conducir a la realización más completa de la persona, según sean sus facultades (físicas, intelectuales, afectivas y de la voluntad) y circunstancias individuales (familiares, de residencia, etc. ).
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Si la tarea del educador va más allá de la explicación de ciertos conocimientos, es porque tiene que saber estimular. El aprendizaje de una materia concreta pueden lograrlo muchas personas, pero el maestro debe también enseñar a vivir, ayudar a conocer la realidad personal y circunstancial en su riqueza y profundidad. De este modo emergen los valores.
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Tan importante como el contenido es la personalidad de quien educa. Si ésta es singular, positiva y coherente, dará clase con su sola presencia; si es amorfa, incoherente y poco atractiva, aunque exponga los temas con claridad, siempre faltará algo en sus enseñanzas. La actitud del educador, al igual que sus modales, ha de ser propositiva. Así, sus silencios resultarán elocuentes y su palabra modelará y arropará al que la escucha.