Un mensaje de esperanza y valor en medio del horror
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sábado, setiembre 17, 2011
PRIMERO MI HERMANO
El 12 de enero de 2011, la señora Donna Rice y sus dos hijos, Jordan y Blake, de diez y trece años de edad, regresaban a casa después de hacer unas compras. Llovía mucho. Eran conscientes del mal tiempo que reinaba durante esa semana en la mayor parte del país, especialmente en la zona donde vivían, en los suburbios de Brisbane, la tercera ciudad más populosa de Australia. Lo que no podían imaginar era que en poco tiempo estarían rodeados sin remedio por el agua.
La tromba de agua que aquella tarde arrasó Toowoomba, en la zona oeste de Brisbane, fue descrita por testigos presenciales como un furioso tsunami que arrastraba automóviles, arrancaba árboles y destruía viviendas con enorme facilidad.
La familia Rice no tardó mucho en darse cuenta de que sus vidas corrían peligro. La madre llamó a los servicios de emergencia, que le recomendaron permanecer dentro del vehículo. Pero a los pocos minutos se vieron arrastrados por la corriente. Enseguida se encontraron con que estaban ya en esa delgada línea que separa la vida de la muerte. Finalmente el coche se detuvo, pero el nivel del agua seguía creciendo, por lo que Donna y sus dos hijos tuvieron que subirse al techo del automóvil. El conductor de un camión que pasaba por allí logró descolgarse con una cuerda y llegar hasta ellos. Tendió la mano a Jordan, pero su respuesta fue muy clara: “Salve primero a mi hermano”.
Así lo hizo aquel hombre, que logró poner a salvo a Blake, pero la cuerda se rompió cuando intentaba salvar a su madre y a Jordan, que fueron arrastrados aguas abajo. Pudieron aferrarse a un árbol durante unos minutos, pero enseguida fueron absorbidos por la corriente y perecieron.
“No puedo imaginar lo que pensaría mi hijo Jordan para dar su vida y salvar a su hermano, a pesar del miedo que había sentido siempre por el agua. Intento imaginar qué es lo que pasaría por su cabeza en aquellos momentos. Estaba muerto de miedo pero fue valiente y dio su vida por su hermano”, declaró su padre al periódico The Australian.
Esta historia, dramáticamente real, nos permite considerar un tema tan fundamental como es la capacidad de renuncia a uno mismo por amor al otro. Jordan Rice no dudó en pedir que salvaran primero a su hermano, probablemente con plena conciencia de que se jugaba con ello la vida. Su generosidad le permitió superar un estado de miedo en el que sin duda su instinto de conservación le empujaba a salvarse él primero. Su gesto es un claro testimonio de lo que puede ser capaz el hombre, una muestra de que en su interior hay siempre semillas de grandeza, arranques generosos que hacen el mundo más humano y más habitable, más llevaderas las penas que cualquier vida encierra.
Me pregunto, como su padre, por qué Jordan hizo aquello, qué pasaría por su mente en esos momentos. Su reacción sería, supongo, la de su modo de ser habitual. Aquel chico estaría educado en ese sencillo sentido de centrar la vida en los demás, habría aprendido a sacrificarse por ellos, a sentir lo de los demás como propio. Aquella familia, no sabemos si de mucha cultura pero desde luego de enorme sabiduría, quizá de pocas letras pero gigante en los valores que engrandecen la vida de los hombres, ha sido tierra fértil para que surja esa excelencia moral.
Toda persona, desde temprana edad, mantiene siempre la llave de acceso a sus decisiones más personales. Puede dar entrada a los mensajes que pretenden educarle, o bien rechazarlos y dar prioridad al egoísmo que también pugna por ganarse su corazón. Hay toda una serie de pequeñas y continuas decisiones en el alma del niño que van inclinando la balanza en uno u otro sentido, y que marcan sin duda su camino futuro. Hacerles ver que son protagonistas en esa dura y larga batalla interior es quizá uno de los principales deberes que tenemos los adultos cuando pensamos en educar.
Su vida ha sido breve, pero seguro que con más sentido y mejor vivida que muchas otras muy largas y relevantes, puesto que lo importante no es cuánto se vive, sino cómo se vive.
Por Alfonso Aguiló
LA INQUISICIÓN
Un poco largo pero vale la pena.
La Inquisición fue y sigue siendo un tribunal polémico para el gran público. Los historiadores se han ocupado de esta institución de modo científico y sin prejuicios ideológicos, especialmente desde un Congreso internacional celebrado en Cuenca en 1978. Recientemente la Santa Sede ha convocado en Roma a expertos de diversos credos y nacionalidades para clarificar la actuación histórica del Santo Oficio. Sobre este argumento responde para Escritos ARVO, Beatriz Comella, autora del libro La Inquisición española (Rialp, 1988; 3ª edición en noviembre 1999).
¿CUÁNDO Y POR QUÉ NACIÓ EL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN?
El primer tribunal inquisitorial para juzgar delitos contra la fe nació en el siglo XIII. Fue fundado por el Papa Honorio III en 1220 a petición del emperador alemán Federico II Hohenstaufen, que reinaba además en el sur de Italia y Sicilia. Parece que el emperador solicitó el tribunal para mejorar su deteriorada imagen ante la Santa Sede (personalmente era amigo de musulmanes y no había cumplido con la promesa de realizar una cruzada a Tierra Santa) y pensó que era un buen modo de congraciarse con el Papa, ya que en aquella época el emperador representaba el máximo poder civil y el Papa, el religioso y, era conveniente que las relaciones entre ambos fueran al menos correctas. El romano pontífice exigió que el primer tribunal constituido en Sicilia estuviera formado por teólogos de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos) para evitar que se desvirtuara su misión, como de hecho intentó Federico II, al utilizar el tribunal eclesiástico contra sus enemigos.
¿Existía en el siglo XIII alguna razón de justificara la creación de ese tribunal que consideraba la herejía como delito punible?
Conviene aclarar que los primeros teólogos cristianos de la talla de Tertuliano, San Ambrosio de Milán o San Martín de Tours sostuvieron que la religión y la violencia son incompatibles. Eran más partidarios de la doctrina evangélica que recomienda corregir y amonestar a quien dilapida el bien común de la fe. La represión violenta de la herejía es, como ha señalado Martín de la Hoz, un error teológico de gravísimas consecuencias, implicado en la íntima relación que de hecho se trabó entre el poder civil y la Iglesia en la Edad Media. La herejía pasó a ser un delito comparable al de quien atenta contra la vida del rey, es decir, de lesa majestad, castigado con la muerte en hoguera como en el siglo IV, bajo los emperadores Constantino y Teodosio.
A principios del siglo XIII aparecieron dos herejías (albigense y valdense) en el sur de Francia y norte de Italia. Atacaban algunos pilares de la moral cristiana y de la organización social de la época. Inicialmente se intentó que sus seguidores abandonaran la heterodoxia a través de la predicación pacífica encomendada a los recién fundados dominicos; después se procuró su desaparición mediante una violenta cruzada. En esas difíciles circunstancias nace el primer tribunal de la Inquisición.
Es lógico, pues, que la Inquisición resulte una institución polémica.
Desde luego, porque, afortunadamente, hoy sabemos que es injusto aplicar la pena capital por motivos religiosos. Los católicos de fin del siglo XX conocemos la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa, que coincide, en sus planteamientos básicos con la de muchos teólogos cristianos de los cuatro primeros siglos de nuestra era. Por este motivo, el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Tertio Milenio Adveniente (10-11-94) ha subrayado la necesidad de revisar algunos pasajes oscuros de la historia de la Iglesia para reconocer ante el mundo los errores de determinados fieles, teniendo en cuenta la unión espiritual que nos vincula con los miembros de la Iglesia de todos los tiempos.
¿Entonces, la «leyenda negra», más que leyenda es una realidad histórica?
Es preciso advertir que la polémica sobre la Inquisición se nutre de otra actitud muy distinta a la ya expuesta; me refiero a la ignorancia histórica, la falta de contextualización de los hechos, el desconocimiento de las mentalidades de épocas pasadas, la escasez de estudios comparativos entre la justicia civil y la inquisitorial... Todo esto contribuye a formar no sólo una polémica justificada sino una injusta leyenda negra en torno a la Inquisición.
¿Qué hay, pues, de verdad sobre la actividad de la Inquisición, concretamente en España?
Se formaron los primeros tribunales en 1242, a partir de un Concilio provincial de Tarragona. Dependían del obispo de la diócesis y, por regla general, su actuación fue moderada. Con la llegada de los Reyes Católicos al poder, el Santo Oficio cambió de modo notable. Isabel y Fernando consideraron que la unidad religiosa debía ser un factor clave en la unidad territorial de sus reinos. La conversión de las minorías hebrea y morisca era la condición para conseguirlo; algunos se bautizaron con convencimiento, otros no y éstos fueron perseguidos por la Inquisición.
En 1478 los Reyes Católicos consiguen del Papa Sixto IV una serie de privilegios en materia religiosa, entre ellos, el nombramiento del Inquisidor General por la monarquía y el control económico del Santo Oficio. Por otra parte, la actitud de los cristianos ante las comunidades judía y morisca en España fue muy variada a lo largo de la Historia. Había judíos asentados en España desde el final del Imperio Romano. Durante la etapa visigoda fueron tolerados y perseguidos en distintas épocas. Algunos reyes castellanos y aragoneses supieron crear condiciones de convivencia pacífica, pero el pueblo llano no miraba con buenos ojos a los hebreos prestamistas (el interés anual legal de los préstamos ascendía al 33%); además se les consideraba, de acuerdo con una actitud muy primaria, culpables de la muerte de Jesucristo. El malestar se transformó a finales del siglo XIV en revueltas y matanzas contra los judíos en el sur y levante español.
Los Reyes Católicos no sentían animadversión personal contra los hebreos (el propio rey Fernando tenía sangre judía por parte de madre) y en su corte se hallaban financieros, consejeros, médicos y artesanos hebreos. Los judíos vivían en barrios especiales (aljamas) y entregaban tributos directamente al rey a cambio de protección. El deseo de unión religiosa y de evitar matanzas populares impulsaron a los Reyes a decretar la expulsión de los judíos españoles (unos 110.000) en marzo de 1492. La alternativa era recibir el bautismo o abandonar los reinos, aunque se preveían consecuencias económicas negativas en los territorios españoles. Sólo unos 10.000 hebreos se adhirieron a la fe cristiana y, entre ellos, bastantes por intereses no religiosos. Entonces surgió el criptojudaísmo, la práctica oculta de la religión de Moisés mientras se mantenía externamente el catolicismo. Contra estos falsos cristianos, como se ha dicho, actuó la Inquisición.
Respecto a los moriscos, unos 350.000 en el siglo XV, la política fue similar. Se intentó de modo más o menos adecuado su conversión tras la toma de Granada, pero al comprobar que su asimilación no era satisfactoria se procedió a la expulsión de los no conversos, tras violentos enfrentamientos, en 1609, bajo el reinado de Felipe III. Durante el siglo XVII aparece con fuerza el fenómeno social de la limpieza de sangre: para acceder a determinados cargos u oficios era necesario ser cristiano viejo, es decir, no tener sangre judía o morisca en los antepasados recientes.
¿Qué delitos juzgaba el Tribunal de la Inquisición y cuáles eran las penas?
Inicialmente el tribunal fue creado para frenar la heterodoxia entre los bautizados: las causas más frecuentes eran las de falsos conversos del judaísmo y mahometismo; pronto se añadió el luteranismo con focos en Sevilla y Valladolid; y el alumbradismo, movimiento pseudo-místico. También se consideraban delitos contra la fe, la blasfemia, en la medida que podía reflejar la heterodoxia, y la brujería, como subproducto de religiosidad. Además, se perseguían delitos de carácter moral como la bigamia. Con el tiempo se introdujo el delito de resistencia al Santo Oficio, que trataba de garantizar el trabajo del tribunal.
La pena de muerte en hoguera se aplicaba a hereje contumaz no arrepentido. El resto de los delitos se pagaban con excomunión, confiscación de bienes, multas, cárcel, oraciones y limosnas penitenciales. Las sentencias eran leídas y ejecutadas en público en los denominados autos de fe, instrumento inquisitorial para el control religioso de la población.
Desde el siglo XIII, la Iglesia admitió el uso de la tortura para conseguir la confesión y arrepentimiento de los reos. No hay que olvidar que el tormento era utilizado también en los tribunales civiles; en el de la Inquisición se le dio otra finalidad: el acusado confeso arrepentido tras la tortura se libraba de la muerte, algo que no ocurría en la justicia civil. Las torturas eran terribles sufrimientos físicos que no llegaban a mutilar o matar al acusado.
Una figura inevitable en la polémica sobre la Inquisición es Torquemada. ¿Es tan fiero el león como lo pintan? ¿Qué hubo en los juicios contra Carranza y Antonio Pérez?
Fray Tomás de Torquemada fue Inquisidor General entre 1485 y 1496. Gozó de la confianza de los Reyes Católicos. Lo cierto es que no existe todavía una biografía definitiva sobre este importante personaje. Desde luego sentía animadversión hacia los judíos e influyó decisivamente en el decreto de expulsión de 1492, sin embargo no era sanguinario, como cierta leyenda injustificada pretende hacernos creer, aunque sí es obvio que presidió el tribunal en años de intensa actividad . No obstante, redactó una serie de normas y leyes para garantizar el buen funcionamientos del tribunal y evitar abusos.
Carranza era arzobispo de Toledo y Primado de España. Fue acusado injustamente de luteranismo y condenado a la pena capital por la inquisición española; por tratarse de un prelado, la causa se inició con el permiso de Roma y fue revisada por el Papa que no vio motivos proporcionados para tal veredicto. Aunque éste no llegó a aplicarse, Felipe II destituyó a Carranza para subrayar la autonomía del tribunal español respecto a la Santa Sede. Antonio Pérez era secretario del rey y fue acusado de asesinato; como consiguió huir de la justicia de Castilla, la Inquisición le imputó de ciertos cargos para poder detenerlo. El reo salió de España y dio a conocer su caso en las cortes de Francia e Inglaterra. Es un claro ejemplo de utilización política del tribunal por parte del rey, que supo airear oportunamente su antiguo secretario. Por otra parte, los casos de Carranza y Pérez ponen de relieve algo característico del Tribunal de la Inquisición: su poder no hacía distinciones a la hora de acusar a prelados, cortesanos , nobles o ministros; fue, en ese sentido, un tribunal democrático con una jurisdicción sólo inferior a la del Papa.
¿Cuál fue la actitud del Santo Oficio español ante la brujería?
En España hubo pocos casos de brujería en comparación al resto de Europa. Fue un fenómeno más destacado entre la población bautizada de los territorios americanos, por el apego a sus ritos y tradiciones seculares. En la Península fueron desgraciadamente famosas las brujas de Zugarramurdi (Navarra) condenadas en 1610. Desde entonces se tuvo en cuenta la acertada observación de un inquisidor, para quien cuanto menos se hablara de ellas, menos casos habría; la Inquisición prefirió considerarlas personas alucinadas o enfermas.
Otra cuestión espinosa que suscita la Inquisición es el número de víctimas ¿es posible saber cuántas fueron?
La Inquisición tuvo una larga vida en España: se instauró en 1242 y no fue abolida formalmente hasta 1834 durante la regencia de María Cristina. Sin embargo, su actuación más intensa se registra entre 1478 y 1700, es decir, durante el gobierno de los Reyes Católicos y los Austrias. En cierto sentido no se puede calcular el número de personas afectadas por la Inquisición: la migración forzosa de millares de judíos y moriscos; la deshonra familiar que comportaba una acusación del tribunal durante varias generaciones; la obsesión colectiva por la limpieza de sangre, lo hacen imposible.
Respecto al número de ajusticiados no hay datos definitivos porque hasta ahora no se han podido estudiar todas las causas conservadas en archivos. Aunque parciales, son más próximos a la realidad los estudios realizados por los profesores Heningsen y Contreras sobre 50.000 causas abiertas entre 1540 y 1700: concluyen que fueron quemadas 1.346 personas, el 1,9% de los juzgados. Es posible, aunque la cifra no sea definitiva, que los ajusticiados a lo largo de la historia del tribunal fueran unos 5.000. Afortunadamente, el cristianismo, a diferencia de las ideologías, tiene siempre una doctrina buena, cierta y definitiva que le permite rectificar los errores prácticos en los que pueden incurrir algunos de sus miembros: el Evangelio
FELICIDAD Y DINERO
En una entrevista a la multimillonaria Barbara Hutton, un periodista se dirigió a ella comenzando con la típica frase hecha: “Aunque sabemos que el dinero no da la felicidad, díganos, por favor...”. La entrevistada no le dejó terminar: “Oiga, joven, ¿pero quien le ha dicho a usted esa tontería?”.
Aunque haya infinidad de dichos populares que sostienen que el dinero no asegura nada, es frecuente ver que luego en la vida práctica son pocos los que se lo creen. La respuesta de aquella mujer, y lo cortado que debió quedarse el entrevistador, son un buen reflejo de ello.
Es evidente que una persona con semejante fortuna recibiría como una catástrofe un empeoramiento de su situación económica. Igual que un mendigo recibiría con gran satisfacción cualquier mejora sustanciosa en su nivel de vida.
¿Influye mucho entonces el dinero en la felicidad? Durante más de diez años, un nutrido equipo de investigadores norteamericanos dirigido por David Myers y Ed Diener ha intentado arrojar alguna nueva luz sobre esta cuestión a través de amplios estudios estadísticos.
Desde el principio se propusieron no fijarse sólo en las sensaciones subjetivas de felicidad que tenían los encuestados, sino también en el juicio que merecían ante los demás. Este enfoque les facilitó una de sus primeras conclusiones: casi todos los que se sentían felices también lo eran a los ojos de sus más íntimos amigos, de sus familiares y de los propios psicólogos que les interrogaban.
Pronto comprobaron también, con cierto asombro, que la impresión personal de felicidad está distribuida de modo bastante homogéneo en casi todas las edades, niveles de ingresos económicos o de titulación académica, y tampoco se ve afectada de modo significativo por la raza o el sexo. Por ejemplo, sólo encontraron una cierta relación entre ingresos económicos y sensación de felicidad en algunos países muy pobres, como la India o Bangladesh; en los demás casos, solía ser incluso ligeramente más frecuente lo contrario.
La investigación concluía señalando una serie de rasgos de carácter que parecen comunes a casi todas las personas que se sienten felices: la persona feliz es cordial y optimista, tiene un elevado control sobre ella misma, posee un profundo sentido ético y goza de una alta autoestima. Aunque es difícil saber en qué medida esos rasgos de carácter contribuyen a la felicidad o son más bien parte de sus efectos, sí podemos concluir con Myers y Diener en destacar la gran importancia que para toda persona tiene su mejora personal.
Aunque la ilusión —legítima— de muchas personas sea que les toque la primitiva, o el sorteo de la ONCE, o el gordo de Navidad —y en España las cantidades que se invierten en esto son enormes—, la realidad es que luego se comprueba que aquellos a quienes les ha tocado la lotería no son, al poco tiempo, más felices que antes. Otro dato ilustrativo es que las encuestas realizadas en países en etapas de gran crecimiento económico tampoco ofrecen las diferencias esperadas en el sentimiento de bienestar subjetivo de la población.
Podría decirse que una vez se tienen resueltas las necesidades básicas, cada uno tiende a adaptarse al nivel económico que tiene, y su felicidad apenas depende del nivel en que está situado. Es verdad que una mejora de nivel económico suele repercutir en el sentimiento de felicidad, pero esa impresión suele durar poco. De manera análoga, un empeoramiento de ese nivel suele producir una cierta infelicidad (en ese caso, además, los efectos suelen ser algo más duraderos), pero con el tiempo suele aceptarse y se acaba llegando a reconocer y disfrutar lo que antes apenas se valoraba.
En general, el dinero no parece colaborar mucho a sentirse feliz de modo estable. Tampoco la fama suele aportar mucho por sí misma (es más, hay que ser muy maduro emocionalmente para saber digerir de forma adecuada el encumbramiento). Tener un gran talento, o muy buena salud, o un gran atractivo físico, tampoco puede considerarse el eje de la felicidad: indudablemente pueden favorecerla, y crear un clima propicio para sentirse feliz, pero no siempre es así, ni mucho menos.
Como escribió Séneca, todos los hombres quieren ser felices, “lo difícil es saber lo que hace feliz la vida”. Hay que acertar en esa búsqueda, pues quien no lo hace se pasa la vida esperando un mañana que nunca llega.
Por Alfonso Aguiló
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