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Complementariedad
Hay dos “encarnaciones” de la naturaleza humana, igualmente plenas: el varón y la mujer. La vivencia de esta “unidad de dos” o “diferencia en la igualdad” es lo que llamamos complementariedad. En virtud de ella varón y mujer existen ordenados el uno al otro como a su plenitud. Por tanto la complementariedad no se reduce a una cualidad física o psíquica sino que se inscribe en el plano espiritual, o lo que es lo mismo, radica en la persona.
La complementariedad se vive como una deuda innata con el sexo opuesto. Induce a descubrir la humanidad propia reflejada en el complementario, y a asimilarla mediante la amistad: celebrándola, fomentándola y respetándola. El varón, por ejemplo, interioriza los valores femeninos de tal modo que, lejos de afeminarse, encuentra en sí nuevas vetas de masculinidad. Y de modo simétrico ocurre con la mujer.
En cambio, cuando la complementariedad se posterga o ignora (pragmatismo, machismo, pornovisión, ramplonería, moralismo, etc.) la común humanidad se intoxica de mentira y se empobrece.
Complementariedad dentro de cada individuo.Algunos autores (Jung, Woolf, Moeller, Ballesteros, Castilla, Elósegui, etc) han hecho notar cierta complementariedad no sólo entre varón y mujer, sino en el interior de cada individuo. La experiencia enseña, en efecto, que hay valores tradicionalmente atribuidos a la mujer (ternura, delicadeza, intuición) que por ser humanos se dan igualmente en el varón, pero de modo masculino. Y viceversa ocurre en la mujer con valores como fortaleza, valentía, disciplina, audacia etc. La diferencia está en el estilo o talante con que se viven más que en su contenido, por más que el lenguaje corriente lo exprese clasificando según el género. Aparte de los prejuicios sexistas que hayan influido en ello, este modo de hablar refleja una realidad muy profunda: que nuestra comprensión misma de lo humano es naturalmente sexuada: varón y mujer simbolizan, cada uno por su parte, aspectos diversos de la humanidad que les es común. De ahí la importancia de vivir la complementariedad, por ejemplo mediante la colaboración doméstica, de modo que esta intuición luminosa del lenguaje sea fuente de enriquecimiento mutuo, y no degenere en esquematismos mentales y discriminaciones morales, como ha sido tan frecuente en la Historia.
Amistad complementaria y amor de complementariedad.Son dos realidades diferentes aunque relacionadas. La amistad o trato complementario es todo el que tiene lugar entre varón y mujer contando con la condición sexuada respectiva, manifestada en el significado esponsal de sus cuerpos, sin que ello signifique necesariamente amor erótico. Partiendo de la conciencia de su mutua complementariedad es posible que hombre y mujer sean simplemente amigos, incluso muy amigos, sin ser novios. Así sucede en muchos ámbitos, donde la apertura recíproca ensancha y ahonda la convivencia: hermanos, compañeros de estudio o trabajo, pandilla, asociación, deporte, etc. Esta valiosa forma de amistad, que conlleva respeto y fidelidad al propio estado y vocación, se distingue netamente del “amor de complementariedad”, que es el propiamente erótico o esponsal. Este es el que se establece no sólo contando-con la complementariedad, sino en-función-de ella. Surge entonces una relación radicalmente nueva, con un estatuto ético y estético diverso, en el las palabras y los gestos ordinarios quedan transfigurados. La finura del amor consiste precisamente en captar tales matices y ser fiel a sus exigencias.
Complementariedad y cultura.La cultura misma por el hecho de ser humana es sexuada, dual; se desarrolla en toda su amplitud bajo el signo de la complementariedad, creando así como un campo magnético que ordena el comportamiento y le confiere seriedad, hondura, interés humano. Este proceso nace en la intimidad familiar y después toma cuerpo en tradiciones, costumbres e instituciones. Actitudes como la admiración mutua, el respeto, la delicadeza, la modestia, la compostura, etc., empiezan viviéndose como usos familiares, colaboración doméstica, arreglo personal, atuendo, decoración, etc.; y de aquí la complementariedad trasciende a las estructuras sociales: educación, comunicación, política, finanzas, ciencia, arte, etc. Esta cultura dual, marcada por al apertura recíproca del varón y la mujer a todos los niveles, presenta, entre otros, dos beneficios:
Pone de relieve que las personas priman valen más que las cosas, y las relaciones interpersonales priman sobre los objetos ordenados a ella. Desde el núcleo matrimonial y familiar la complementariedad alienta la cultura y le hace ser convivencia más que conveniencia. Faltando la estructura unidual, en cambio, la cultura pierde su razón de ser y se queda en mera etiqueta convencional expuesta a la manipulación ideológica.
La cultura complementaria o unidual es esencialmente festiva, porque varón y mujer se saben misterio el uno para el otro, y el conocimiento mutuo surge de celebrarlo.
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