El Dominical, domingo 2 de Enero del 2011
Cuatro óperas épicas: “El oro del Rin” (prólogo), “La Valquiria”, “Sigfrido” y “El ocaso de los dioses”, son la puesta en práctica de las teorías que Richard Wagner (1813-1883) expuso en su ensayo “Ópera y drama” (1851), donde desarrolla la idea de la corrupción de las óperas alemanas de su época. La monumental propuesta musical requirió la construcción de 12 escenarios y escenografías con bosques, montañas, caballos voladores, gigantes, animales y un dragón; y además la participación de 120 músicos y 30 cantantes para quince horas de representación. Para Wagner significaron 26 años de trabajo entre 1848 y 1874, que revolucionaron la ópera y la música. La influencia de “El anillo del nibelungo” está vigente en bandas sonoras del cine contemporáneo (“Pelotón”, quizá sea la más icónica en este sentido). El buen cine sigue retomando la idea wagneriana del leitmotiv –motivo melódico que se repite, tanto en la propia estructura cinematográfica cuanto vinculándola a cada personaje.
Wagner se inspiró en los poemas épicos germánicos y en la mitología nórdica para su más grande obra que, a decir de los conocedores, fue una de las fuentes de inspiración de Tolkien. La obra es un reto artístico y técnico y se dice que sus personajes e historia dieron luces a Tolkien para crear su propio mundo fantástico (un ejemplo: el fabuloso y maldito anillo Andvaranaut de la ópera wagnerianainspira el Anillo Único, de “El señor de los anillos”). Es sabido, además, que cuando J.R.R. Tolkien y el irlandés C.S. Lewis (creador de la heptalogía siete entregas de “Las crónicas de Narnia”) trabaron amistad en 1926, en Oxford, integraron el club “Coalbiter”, donde compartieron su interés por la poesía épica nórdica, el cual los llevó a crear una pequeña sociedad literaria llamada “Inklings”. Las referencias wagnerianas, nórdicas y católicas de Tolkien están presente en su obra literaria.
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