El dramaturgo inglés William Shakespeare es considerado el padre de la literatura inglesa por su incomparable creación literaria. Es "el gran dramaturgo renacentista, que estudia el alma del hombre en todos sus repliegues y la tensa tanto en el mal como en el bien, hasta sus límites extremos” y “el intérprete y el cantor del hombre y de sus actitudes, reacciones y comportamiento en el seno de una sociedad moldeada por el catolicismo”, como apuntaba hace más de un siglo Calyle[1]. Todo este conocimiento se refleja en la rica elaboración de sus personajes.
Tal vez el drama más importante del escritor inglés es Hamlet. La obra comienza con una situación tensa: el padre de Hamlet ha muerto, y a las pocas semanas, su madre contrae matrimonio con el hermano del rey muerto. Dicha situación afecta a Hamlet; más aún cuando se entera, por boca del espíritu de su fallecido padre, que su muerte fue provocada por su hermano el flamante rey, Claudio. El espíritu purgante pide a su hijo que cobre venganza. “Hamlet es la tragedia del príncipe atormentado que no sabe ni vengarse ni vivir sin hacerlo. Es la historia de un hombre cuya razón ha sido destronada por las circunstancias y que es incapaz de enfrentarse con ellas hasta el final, en que lo realiza inoportunamente”[2].
Los temas más estudiados alrededor de este famoso drama son la demencia del príncipe que, agobiado por el mandato de su padre, llega a cuestionarse la existencia en uno de los soliloquios más conocidos en la obra de Shakespeare[3]. Pero además de éstos, en Hamlet surgen varios temas secundarios gracias a la capacidad del autor para representar la compleja psicología humana. Uno de ellos trata acerca de la voz de la conciencia. En esta obra teatral, son el rey Claudio y la reina Gertrudis quienes –con la ayuda de un Hamlet en busca de venganza sin sangre- sacarán a flote el tema de la conciencia en varias ocasiones.
La primera vez es cuando Hamlet planea sonsacar al rey Claudio su culpabilidad, sirviéndose de una representación teatral en su palacio. De verlo con expresión de culpabilidad, procedería con la venganza. “Yo le heriré en lo más vivo del corazón; observaré sus miradas; si muda de color, si se estremece, ya sé lo que me toca hacer. La aparición que vi pudiera ser un espíritu del infierno. Al demonio no le es difícil presentarse bajo la más agradable forma; sí, y acaso como él es tan poderoso sobre una imaginación perturbada, valiéndose de mi propia debilidad y melancolía, me engaña para perderme. Yo voy a adquirir pruebas más sólidas, y esta representación ha de ser el lazo en que se enrede la conciencia del Rey”[4]. Como se sabe, el rey Claudio se retira a la mitad de la escenificación, ahogado por su propia conciencia.
Tras este acontecimiento, la reina habla con Hamlet, quien no pierde la ocasión para hacerle ver a su propia madre la gran equivocación que ha cometido. Tras pedirle explicaciones, Hamlet comienza a comparar a su difunto padre con su tío, llevando a su propia madre a encararse con sus actos:
GERTRUDIS.- ¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspereza me insultes?
HAMLET.- Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da nombre de hipocresía a la virtud, arrebata las flores de la frente hermosa de un inocente amor (…). Una acción que destruye la buena fe, alma de los contratos, y convierte la inefable religión en una compilación frívola de palabras. Una acción, en fin, capaz de inflamar en ira la faz del cielo y trastornar con desorden horrible esta sólida y artificial máquina del mundo, como si se aproximara su fin temido.
GERTRUDIS.- ¡Ay de mí! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla, con espantosa voz de trueno?
HAMLET.- Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos hermanos. (…) ¿Qué espíritu infernal os pudo engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto sin la vista, los oídos o el olfato solo, una débil porción de cualquier sentido hubiera bastado a impedir tal estupidez (…).
GERTRUDIS.- ¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras manchas, que acaso nunca podrán borrarse.[5]
Por otro lado, Shakespeare plasma cómo la hipocresía va de la mano con una maniatada conciencia. Esto se ve claramente en una intervención espontánea de Polonio –cómplice de los reyes- en presencia del rey Claudio:
POLONIO.- Paséate por aquí, Ofelia. Si Vuestra Majestad gusta, podemos ya ocultarnos. Haz que lees en este libro; esta ocupación disculpará la soledad del sitio... ¡Materia es, por cierto, en que tenemos mucho de que acusarnos! ¡Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo!
CLAUDIO.- Demasiado cierto es... ¡Qué cruelmente ha herido esa reflexión mi conciencia! (…) ¡Oh! ¡Qué pesada carga me oprime!
Cosa a resaltar es que ambos reyes reconocen por separado su culpa, pero en ningún momento de la obra toman la decisión de rectificar con actos su error. Ambos continúan viviendo juntos hasta el día de su fatídica muerte, y la verdad acerca de la desaparición del rey Hamlet nunca sale a la luz ante el pueblo danés mientras ellos se hallaban con vida.
En conclusión, las citas antes hechas señalan con claridad el fuerte carácter humano que tiene la conciencia, lo racional que es escuchar el juicio interior y lo antinatural que es eliminarla o camuflarla con excusas. Ambos reyes no soportan tener callada a la voz de su propia conciencia. No son libres: cargan la responsabilidad del asesinato del rey. En el caso del rey Claudio, basta la más mínima referencia al mal que cometió para que aflore el juicio de la conciencia. En la reina Gertrudis se ve lo insoportable que es volver los ojos a una conciencia que a gritos dice que lo que haces está mal, y que es peor seguir con aquella carga.
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[1] Cfr Shakespeare en la Gran Enciclopedia Rialp.
[2] Idem
[3] To be or not to be, that is the question…
[4] Hamlet, acto II
[5] Hamlet, acto III