a. En el modo de experimentar en sí los signos: donde juegan un papel muy importante las disposiciones interiores de la persona. Experimentar los signos está al alcance de todos los hombres sin excepción. Cuando lo que se experimenta es algo relacionado con Dios, se requiere por parte de la persona una sensibilidad mayor, pues se trata de experiencias de orden espiritual. Quien conoce, quien vive la experiencia, es la persona completa. Su percepción será más o menos profunda dependiendo de sus disposiciones interiores. Obviamente a una persona que está acostumbrada a vivir hacia afuera, que se mueve principalmente por impulsos sensibles, le será muy difícil relacionar las cosas que vive con Dios, porque "no sabe vivir para adentro". Ciertamente es posible cambiar las disposiciones personales y Dios se sirve de muchas cosas para hacerlo, pero no cabe duda de que el hombre por su parte debe disponerse desarrollando en él unas disposiciones, por ejemplo virtudes, que le faciliten captar la acción de Dios en la historia y en su propia vida personal.
b. La libertad también juega una papel importante en la asimilación personal y progresiva de los signos. Quien comunica un signo (en este caso Dios) quiere comunicar algo, tiene un fin; y quien recibe el signo (el hombre) debe tener la disposición de aceptarlo y querer llegar a la intención del comunicador. En ambos —comunicador y receptor— debe darse una apertura. En el proceso de asimilación del significado del signo se pone en juego la libertad de la persona, que ha de mantener y desarrollar en ella las condiciones interiores que le faciliten entender el diálogo divino. La persona debe ir adecuando su propio código al código divino, si esta adecuación es constante, irá madurando en ella su capacidad de comprender a Dios y será capaz de reconocerle en sus signos, en su vida ordinaria[2].
c. Finalmente es tarea también de la libertad ir integrando los signos con otros elementos espirituales. Los sucesos que el hombre va experimentando en su propia vida o en la de quienes tiene cerca, en la historia, no permanecen aislados. Todas esas experiencias se relacionan dentro de la persona de modo que facilitan la compresión de las distintas experiencias espirituales. Así, los signos y las experiencias espirituales de la persona en la medida que se relacionan, pueden ayudarle entender —sin agotarlo— el misterio y así dar el paso de creer.
"...la fe cristiana se autopresenta como una comprensión de la realidad última y omnicomprehensiva. La argumentación acumulativa, desde esta perspectiva, trata de justificar esa pretensión, ofreciendo al interlocutor muchos motivos y muy variados, pero convergentes, de sus distintas —pero concretadas— explicaciones y decisiones de la realidad y de la existencia humana"[3].
Esa función acumulativa se da a varios niveles: hermenéutico, psicológico y racional[4]. Como ya se ha dicho la convergencia acumulativa no da un conocimiento acabado del misterio. De alguna manera da a la persona una experiencia mediata e indirecta de la realidad trascendente y misteriosa. Esta etapa requiere la intervención de la libertad porque lo que se presenta a la inteligencia no es plenamente evidente y por tanto necesita de la aquiescencia de la voluntad para ser considerado como verdadero.
Queda claro pues, que "el acto de fe es un acto interior de respuesta a la revelación histórica de Dios en el que concurren inteligencia y voluntad, gracia y libertad"[5]. Resumiendo, se puede decir finalmente que el creer depende en última instancia de la libertad personal, ya que el otro componente necesario es la gracia que por parte de Dios no falta. Así, es la libertad quien:[6]
— Da el asentimiento al misterio: le compete a ella adherirse o no a la Palabra acogiendo la gracia de la fe que es don de Dios.
— Es ella la que reconoce a Dios en los signos de la fe.
— Y es tarea de la libertad el dejarse guiar y educar por los testimonios sobre la Palabra que nos ofrecen quienes están a nuestro alrededor
No puede perderse de vista que aunque hablamos de la libertad, en realidad estamos hablando de la persona entera, pues no existe la libertad en abstracto, sino personas libres. Por tanto podría decirse que creer o no creer depende de la persona libre. Es la persona quien libremente se va disponiendo interiormente para entender los signos que Dios le va facilitando y mediante la asimilación de esos signos se va poniendo en condiciones de entender el Signo que explica a todos los demás que es Cristo.
[1] Cfr. Ibidem pp. 576-587.
[2] Cfr. Ibidem p. 584.
[3] H.J. POTTMEYER, Segni e criteri della credibilità del cristianesimo, cit., pp.470-471.
[4] Cfr. OCÁRIZ, F., BLANCO, A.,"Revelación, fe y credibilidad",Ediciones Palabra, S.A., Madrid 1998, p. 586.
[5] Ibidem 593-594.
[6] Cfr. Ibidem p. 599.
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