Por Patty Gallo
De que sepamos organizarnos adecuadamente a nivel personal, depende el logro de los objetivos que nos tracemos en los distintos aspectos de nuestra vida. Es una capacidad que hay que adquirir, pues son pocas las personas que la poseen de manera innata.
Es muy propio del ser humano asociarse en comunidades o grupos, ya tengan éstos objetivos, profesionales, afectivos, culturales, educativos, etc., siendo la interacción con los demás individuos el medio a través del cual desarrollamos nuestros talentos.
Saber organizarse en equipo es una capacidad propia del líder: va mucho más allá de la organización personal pues implica establecer una empresa compuesta por dos o más integrantes trabajando por un objetivo común.
Empezamos a realizar trabajos grupales en el colegio y en la universidad la gran mayoría de los trabajos –si no es la totalidad- suelen ser planteados de manera grupal. Ya en la vida laboral, no es poco frecuente que, entre las características que valoran los empleadores para asignar puestos de dirección o de coordinación, figure la capacidad para trabajar en equipo.
El trabajo en grupo con un objetivo común –o trabajo en equipo- tiene muchas ventajas: el aporte de distintas personas con cualidades y características diferentes le da un valor agregado al resultado final, que se ve fortalecido con la contribución personal de cada uno de los miembros. La interacción con las personas que integran el grupo nos permite aprender de los otros y enriquecernos con las riquezas de los demás. Desde luego, los errores también son fuente de aprendizaje de la cual ganamos, en el peor de los casos, valiosa experiencia.
Quien lidera el grupo debe saber colocar a cada quien en el puesto en el que mejor rinda y eso implica conocer las características y capacidades de cada uno de sus miembros (el proceso de conocimiento de los mismos debe darse por tanto, lo más rápido posible) teniendo en cuenta que todos tienen un aporte importante que dar al grupo: nadie es “inservible”, hay que saber descubrir las cualidades de cada persona para colocarla donde más brille, encargándole el trabajo que mejor pueda realizar por las características personales que posea.
Ahora bien, si las aptitudes generalmente no son obstáculo para formar parte de un equipo, si lo son las actitudes. En ese sentido se nos pone a prueba en cuanto a nuestra capacidad de motivación (y esto no solo es labor del coordinador del grupo). Implica apertura y la puesta en práctica de muchas habilidades como la asertividad, el don de gentes, el saber escuchar y valorar las opiniones de los demás, saber comunicar, etc.
Sin embargo, la última palabra en cuanto a la actitud que se adopte frente al equipo, la tiene el mismo individuo: si no se observa una clara decisión de compromiso por parte de un miembro –tenga las condiciones o capacidades que tenga- después de un adecuado proceso de motivación, no quedaría más remedio que tomar medidas drásticas o brindarle un tiempo para que decida si quiere o no ser parte del equipo.
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