26.ENE.2012
No todo está perdido después del fracaso de la conferencia sobre el clima en Durban. Un grupo de científicos ha propuesto en la revista Science una vía para combatir el cambio climático que a corto y medio plazo sería más eficaz que la fórmula Kioto, y supondría ventajas a quienes la aplicaran, en vez de costosos sacrificios. Los autores son de seis países y de distintas especialidades, no solo climatología: también de economía, agronomía o salud pública.
"Para salir del estancamiento en que están las negociaciones para reducir las emisiones de CO2, un grupo de científicos propone actuar sobre otros agentes de efecto invernadero más fáciles de combatir"
La gran dificultad de la estrategia seguida hasta ahora, reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2), es que exige un acuerdo mundial y disposición a renuncias y grandes inversiones cuyos frutos se percibirán dentro de muchos años. En particular, los países en desarrollo, que tuvieron muy poca parte en la acumulación de CO2 en la atmósfera hasta el tiempo presente, tendrían que crecer sin concederse el lujo de la industrialización contaminante, más fácil, que los países ricos se permitieron. El núcleo de la disputa es qué compensación deberían dar los países ricos a los otros: según quién lo mire, estos piden demasiado o aquellos ofrecen demasiado poco. Tampoco la causa del cambio climático es a fin de cuentas tan popular, pues a favor de salvar el planeta se declara cualquiera, pero cuánto está uno dispuesto a pagar es harina de otro costal (cfr. Aceprensa, 7-03-2007).
Atacar el carbono negro y el metano
Para salir del estancamiento, los científicos que firman en Science proponen actuar sobre otros agentes de efecto invernadero más fáciles de combatir.
Uno es el carbono negro, principal componente del hollín. Se produce por la combustión incompleta de combustibles fósiles o biomasa. Mientras está en suspensión en el aire refuerza el efecto invernadero al reducir la energía solar que se refleja. Además, es dañino para las vías respiratorias. No todo son perjuicios, sin embargo: especialmente en los bosques húmedos tropicales, el carbono negro depositado fertiliza el suelo.
"La mayor parte de los beneficios serían para los países en desarrollo, que amortizarían las inversiones necesarias en 5-10 años"
El metano, por otro lado, es un gas de efecto invernadero unas 25 veces más potente que el CO2. Se desprende de los pozos de petróleo y a consecuencia de la fermentación anaerobia de materia orgánica en terrenos pantanosos, en los tubos digestivos de los rumiantes o en vertederos. Favorece la formación de smog y de ozono superficial, que a su vez perjudica a las plantas.
Para disminuir las emisiones de uno y otro agente, en el artículo de Science se plantean 14 medidas asequibles que no requieren ningún tratado internacional. Habría menos hollín si se difundieran motores diésel y hornos, estufas y cocinas modernos. Con respecto al metano, se podría capturar el que se escapa de pozos de petróleo y vertederos, y el de origen natural bajaría mucho si los arrozales se drenasen con mayor frecuencia. Si se generalizaran esas acciones, se evitarían 0,55º C del aumento de temperatura media previsto hasta 2050, según los cálculos de los autores del artículo: más que con la reducción de emisiones de CO2 a que aspiraba el protocolo de Kioto.
Además, esas medidas traerían ventajas para la población a corto plazo. La menor contaminación evitaría muertes prematuras (quizá hasta más de 4 millones anuales, estiman los científicos) y la disminución del ozono superficial aumentaría las cosechas (hasta 30 millones de toneladas anuales más). La mayor parte de los beneficios serían para los países en desarrollo, que amortizarían las inversiones necesarias en 5-10 años.
Una buena relación coste-beneficio
Ideas semejantes se han propuesto otras veces. En 2008, un informe de la International Network for Environmental Compliance & Enforcement subrayaba que reducir las emisiones de carbono negro es una forma con buena relación entre coste y beneficios para combatir el cambio climático; también decía que se haría mucho solo con cumplir las leyes ya en vigor contra la contaminación. En 2010, un estudio internacional titulado The Hartwell Paper insistía también en aparcar la “fijación” con el CO2, atacar los otros agentes del cambio climático y adoptar un enfoque más pragmático que no desprecie lo posible en la práctica por no ser lo teóricamente mejor.
Pero esta estrategia tiene sus limitaciones y riesgos, advierten otros. Es verdad que el metano tiene un efecto invernadero mucho mayor que el CO2, pero su contribución es menor, pues en la atmósfera hay 220 veces más CO2 que metano. Y reduciendo el hollín no se hace tanto por el clima terrestre, pues en la atmósfera dura unas semanas a lo sumo, y el CO2, un siglo. El mismo autor principal de la propuesta publicada en Science, Drew Shindell (Universidad de Columbia), considera justa la preocupación de quienes se oponen a que se desvíe la atención del CO2. “Pero también temo –dice Shindell al New York Times– que el CO2 seguirá subiendo aunque nos centremos en él. Estamos completamente estancados con el CO2. Ocuparse de los contaminantes de vida corta podría ser una manera de salvar algunas de las diferencias”.
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